Crucero: siguiente parada, Florencia y Pisa

El problema de ir en un crucero es que las excursiones son algo movidas y siempre escasas. Me explico. El barco ha de salir de puerto en su horario, y claro, no va a esperar a dos retrasados, porque no puede ser.
Así que tiramos de autobús y de guía local. La imagen, todo el mundo la tiene en mente, es la del anuncio aquel del de "¡Cinco minutos para la visita!".
De todas maneras, el segundo día de crucero, llegamos a Livorno, uno de los puertos más importantes de Italia, donde está centralizada la mayor parte de la industria naval del país. Sí, el puerto es feo, condenadamente feo y huele peor.
A una horita y media del puerto está Florencia, que no es para nada fea, ni huele mal.
Pudimos contemplar (desde fuera) su flamante catedral (duomo, se llaman allí). Su fachada es impresionante, realizada con mármol de diversas procedencias de la zona. Verde, blanco... una auténtica maravilla.
Seguimos callejeando por la ciudad, y descubrimos lugares muy interesantes, llenos de arte. Lo que tiene Florencia es arte. Por todas partes. Sus museos están llenos de obras maestras de la pintura y la escultura, pero sus calles también.
Se me olvidaba que nos cruzamos con una manifestación que reunía a todos los colegios de la ciudad y a unos cuantos miles de florentinos, una especie de marcha por la vida y la solidaridad, muy colorista también. Pero que nos impidió ver con calma la réplica del David de Miguel Angel que está en la Piazza de la Signoria.
También vimos el Ponte Vechhio, una pequeña maravilla, ya que es un puente con edificaciones encima, al estilo del que se pudo ver en El Perfume. Sólo que no eran perfumerías, sino joyerías. Y de las caras...
En la Piazza de la Santa Croce nos despedimos de la guía y nos dieron un rato libre. Para comer, no creas...
Lo hicimos en una pequeña pizzeria de una de las callejuelas del casco antiguo, y la verdad, no estaba mal. Ni la comida (un bocata italiano) y el precio.

Aprovechamos para volver a al Piazza de la Signoria, a un Mercado de piel y demás, que no recuerdo como se llama, donde hay un jabalí de bronce al que se le puede tocar el hocico. Sin problemas, que da suerte y no muerde.
Luego, corriendo otra vez a la Piazza Santa Croce y al bus.
Siguiente parada: Pisa.
Cuando llegamos, pues no le vimos nada especial a la ciudad. Como todas. Incluso algo feucha.
Pero luego, al entrar tras las murallas... Ah, amigo, al cruzar las murallas del casco antiguo.

El conjunto es espectacular. Y más, teniendo en cuenta que está situado en una gran plaza, con mucho verde y sin edificaciones alrededor para poder apreciarla en su grandeza. Y la torre...
Sabíamos que estaba inclinada. De hecho, es su gracia, pero no sospechábamos que eran tan espectacular.
No subimos, claro, por el tiempo y porque hay que pedir turno para subir. Sólo de 30 en 30, no vaya a ser que...
Visitamos el batisterio, la basílica y nos recreamos en la visión de la torre, que acaparó miles de objetivos. Sí, hicimos la típica foto chorra de aguantar la torre, para que no se caiga.
Somos turistas, qué le vamos a hacer...
En seguida, recogida, bus y al barco.
Por la noche, espectáculo de humor con Paco Calonge. Tópicos trasnochados y chistes de los de toda la vida. Bueno, pero no estuvo mal...
Antes, cenita buena, que en el restaurante del barco valía la pena recrearse en los platos, y siempre exquisitamente tratados por Milady y Melissa, nuestras fantásticas camareras.
Capuccino, mojito, bloody mary y a dormir, que al día siguiente, había más...

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