Despropósitos de editor


Tengo un amigo. Mi amigo escribió un libro. No una novela, sino un ensayo. A lo largo de un centenar largo de páginas hablaba del tema que le apasiona y del que forma parte profesionalmente. Era un libro interesante, repleto de buenas anécdotas alrededor de ese mundo que le gusta y le da de comer.

Lo entregó a un editor, y en ese manuscrito, como ocurre en los manuscritos de todos los escritores del mundo, había alguna que otra errata, algún error de bulto y algunas cosas mejorables. No importa cuantas veces repases un texto, siempre se escapan algunas de estas malditas cosas.

El editor, se supone, lo revisó, le dió el OK y lo maquetó. Lo hizo bonito, con unas páginas vistosas, con ilustraciones, con fotos... Un buen producto, se suponía.

Por fin, se puso a la venta y no, no vendió nada. Y eso que tuvo una de las mejores promociones que existen hoy en día. El autor era (es) un respetado comunicador que participa en un programa de radio de cierto éxito y audiencia. En sus colaboraciones se hablaba de ese libro y se loaba. Y no era para menos, porque el contenido era (es) simpático, ilustrativo y contaba (cuenta) cosas más que interesantes.

Pero la maquetación, que debía ser perfecta, se convierte para el lector en un galimatías. Las ilustraciones están colocadas de cualquier manera, y los textos no solo no están corregidos, sino que parece que hayan sido cambiados adrede para coleccionar nuevas erratas. Por no hablar de los que dependen de la editorial, que añadió en algunas ilustraciones.

Un despropósito tal que, aunque soy aficionado al tema del que habla, me guardo mucho de acercarme al libro. Es una lástima, porque me gusta lo que hay en él. De hecho, me animo y comienzo a leerlo de vez en cuando, pero la indignación por esa edición me supera y acabo cabreándome y olvidándome de él de nuevo.

Un editor debería ser alguien que controle al escritor, que le llame al orden si es necesario y que cuide y mime al detalle el proceso de edición. Por eso se llama editor y no fontanero, por ejemplo.

Es no ya vergonzoso, sino inadmisible que un señor con la responsabilidad de llevar a buen puerto un producto, en este caso un libro, permita y tolere semejante cantidad de despropósitos. 

Es un insulto no solo al autor, que confía en él para que subsane los posibles errores de estilo o redacción que existan en el manuscrito, sino también para el lector, que paga una cantidad por un producto defectuoso, abandonado a su suerte y con una manufactura pésima y desastrosa.

No voy a dar nombres. Quien se haya enfrentado a tal barbaridad ya sabrá a qué me refiero. Creo pensar que es un caso aislado, un cúmulo de desafortunadas coincidencias o un fallo informático, pero me temo que ni será el único caso, ni, por desgracia, el último.

Un saludín

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